Pasamos toda la vida aprendiendo infinidad de detalles que
con el paso del tiempo olvidamos. No obstante, cuando una situación despierta
alguna de nuestras emociones hace que la unión de neuronas (sinapsis) pueda
llegar a ser tan fuerte que perdure el resto de nuestra existencia.
Profesores y padres debemos apoyar a nuestros hijos y alumnos
no solo a mejorar a nivel académico sino
que además tenemos que enseñarles a expresar lo que piensan, cómo lo sienten y hacerlo
a través del lenguaje. Este es el futuro
de la educación.
El término inteligencia emocional se popularizó a través del
libro, con el mismo nombre, del periodista y psicólogo Daniel
Goleman. Goleman, define la Inteligencia Emocional como “la
capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los ajenos, de
motivarnos y de manejar bien las emociones, en nosotros mismos y en nuestras
relaciones” (Goleman, 1995).
Pero, ¿cómo lo hacemos? ¿Nacemos con estas estrategias o las
debemos aprender y desarrollar durante nuestra vida? Queremos que nuestros hijos y
alumnos tengan confianza, sean curiosos, tengan autocontrol, se
relacionen con los demás de manera positiva, cooperen y sean buenos
comunicadores pero, volviendo a la pregunta anterior: ¿Se nace o se hace?
Para esta pregunta la respuesta es: ambas. Nosotros
adquirimos muchas, pero las podemos mejorar a través del entrenamiento. Este
entrenamiento se basa en conocer nuestras emociones y sentimientos, conocer
a los seres que nos rodean en nuestro
entorno más inmediato y en última instancia, aprender a gestionarlas
convirtiéndonos así en seres empáticos y con alta autoestima.
Trabajar la educación emocional con nuestros hijos y alumnos
es sencillo. Hay que plantearles situaciones en las que deban reflexionar y
fomentar así el pensamiento crítico que les ayudará a resolver los conflictos que
se les presente en el futuro. En ocasiones damos por supuesto que se conocen a
ellos mismos pero en la gran mayoría de
situaciones no son capaces de identificar las emociones a las que se enfrentan en un momento
determinado.
Primero, por lo tanto, debemos ponerle nombre a las
emociones. Podemos prepararles una plantilla con imágenes que se refieren a
éstas que podrán ir cambiando en función de sus estados de ánimo. Hay que ofrecerles la oportunidad de mover el marcador en el sentimiento que están experimentando en
cada momento puesto que éstos están en
constante cambio. Seguidamente, es
importante que conozcan a las personas que les rodean para poder comprender más adelante cómo se sienten.
Es interesante que tengan la oportunidad de ver las plantillas de los demás
para también ser conscientes de que los
sentimientos de las personas que les rodean cambian y que
podemos ayudarles a sentirse mejor.
Otra sencilla actividad puede ser escribir notas positivas a las personas con las que convivimos. Todo el
mundo aprecia un gesto así y nos ayuda a
ganar autoestima, confianza y refuerza
nuestro sentimiento de pertenencia a un grupo.
En última instancia hablaríamos de la capacidad para regular
nuestras emociones. Cuando un niño sufre
un arranque emocional no podemos pedirle que se calme si no le hemos enseñado a
hacerlo. Cuando ya conocen las emociones, les pueden poner nombre,
saben identificarlas en situaciones en las que ya las han experimentado, pueden
tener el control para bloquear las que les hace sentir mal y cambiarlas por una
que les produzca calma. Ayudarles a buscar la solución a conflictos a través
del debate también es una buena técnica de entrenamiento. Y, por supuesto,
debemos ser siempre el mejor ejemplo para ellos.
Buscamos una educación
holística que prepare a los niños para ser adultos emprendedores, que sepan
trabajar en equipo, con alta autoestima, con
habilidades sociales, empáticos y con estrategias que les ayude a ser en
su futuro unas personas competentes.
Por ello, la educación emocional debe formar parte de nuestro
día a día. Para que esto sea así se necesita la implicación de padres y
profesores.
Y tú, ¿te conoces ya?
Cristina Paredes
Profesora de Lengua
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