Podemos asegurar que en la sociedad actual se premia la inmediatez, sobre todo a la hora de estar comunicados, hecho que incluso nos llega a crear cierta dependencia. Sin embargo, puede que todavía nos quede un espacio de intimidad, de reflexión y de comunicación ajeno al tiempo frenético en el que vivimos y que, aunque nos pueda parecer obsoleto y viejo, es una de esas buenas prácticas que deberíamos recuperar porque mejoran nuestra vida.
¿Qué hay de aquella época en la que comunicarse no era tan sencillo? Aquella en la que tenías que esperar días para recibir información de la persona de la que estabas lejos; de esa carta con papel decorado, escogido con el color favorito del destinatario o decorada por nosotros mismos para la ocasión; escrita a mano, dedicando parte de nuestro tiempo a reflexionar sobre lo que queríamos contar y cómo íbamos a hacerlo; procurando tener la grafía más legible posible y reflexionando bien sobre lo que contar porque quedaría guardado.
Nuestros alumnos, que han crecido en esta era digital, en la que para ellos resultaría increíble no disponer de toda la tecnología que les acompaña, han vivido de una forma muy especial el elaborar una carta. Una carta para uno de sus compañeros. Sí, esos a los que ven todos los días, pero quizá no son capaces de contar algo de una forma inmediata, pero que a través de una carta, por el hecho de parecer algo nuevo, han hecho de forma más reflexiva, con más mimo y cariño.
Ha sido toda una experiencia descubrir qué compañero iba a ser el destinatario de la misiva, qué le podían contar, cómo se la podían decorar... Averiguar las distintas direcciones, los lugares en los que residimos, el código postal (¿¡Y eso qué es?!) Bajar juntos hasta el buzón más cercano para enviarlas y, por último, esperar. ¿Esperar? Sí, eso que llevamos tan mal en ocasiones en este mundo donde la prisa es una de nuestras compañeras de viaje habitual. Además, esperar para descubrir qué nos cuenta esa personita que vemos todos los días, con la que compartimos momentos de risa, de juego, de algún que otro enfado y que, quizás, no conocemos tanto como creemos.
¿Puede que esta carta, esta cosa tan obsoleta, ya en desuso nos ayude a conocernos y a acercarnos los unos a los otros? Será que es cuestión de esperar.
Isabel Marín
Dpto. de Lengua y Literatura
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